miércoles, 17 de agosto de 2011

INVERNADERO

OTRO DÍA
Lo invito ha  almorzar,
pero no se inquiete, 
nada especial, no se ocupe, lo de siempre,
indispensable que sea hoy,
hoy puedo decir todo sin temores, ni miedos.
Así que le espero para almorzar.
Nada de etiqueta, como de costumbre,
con la ropa que siempre lleva, y la misma sonrisa.
No se preocupe yo invito.
No se sorprenda, nada especial que decirle,
simplemente he sentido en mi piel, 
entrar por mi ventana los recuerdos.
Es el momento del encuentro, las miradas,
y los rompecabezas,
hoy, como todos los días, pero.... Miento,
estoy un poco asustada, intranquila,
pero debo continuo contra el viento.
Llegamos y pedimos lo mismo,
y de rutina practica
lo vuelvo a mirar 
y oigo mi voz, diciéndole...
Y quedo como arrepentida.
Sin embargo, vuelvo y le miro
rastreando sus manos,
y le digo:
¿Como me gusta caminar a su lado?,
estar sentada en este espacio
de sol y voces.
Y quedo sorprendida cuando en
mi silencio de letargo, descubro
mi cuerpo de cerámica, 
y
como si fuera poco, 
siento su presencia de rutina y habito
y continuo charlando a los vientos.
Me gusta su forma
descomplicada y complicada
de no mirarme, me gustan sus
días y sus amaneceres,
sus llegada a tiempo y a destiempo
y sobre todo me gustan.... Los días bajo la
lluvia y el sol amarillo del medio día.
Pero que me seduzcan esos días, no es lo
importante... No sonría, que podría
perder la calma de los vientos,
no me mire con ese rostro 
imposible de dibujar con mis palabras.
¿Es tarde?...  Pero...Esta bien,
puedo seguir compartiendo
hasta el final espacios en blanco,
solo hasta cuando nos alcancen
el postre, si le parece... 
Bueno, un día cualquiera de esos días ya guardados
en el bolsillo de los tiempos,
usted se entro sin prisa en mis cuerpo de
invernadero y desde entonces permanece allí,
recostado, sin hacer ruido y yo aquí
con usted adentro, todos los días
mas adentro y usted allá, callado, con silencios 
eternos y frases que no me pertenecen. 
Sin embargo ya hemos acabado el postre y es hora.
Nos volvemos a encontrar,
otro día, en otro almuerzo.

INVERNADERO

RELOJ DE TORRE
Te recuerdo recogido en la
húmeda palma de mi mano.
Te veo paso gigante en mi tiempo de arena.
Te presiento caratula hexagonal
y tercera manecilla de horas
para momentos clandestinos.
Te pinto  colores de montañas
y escalo desnuda tu cuerpo de
avenida y calle principal.
Ahora te siento, torre y pared
pendiente de mil alturas,
soles con escalinatas de barro,
catedral de sol y aire en el centro
del reloj de ajedrez.
Te reconozco reloj de agua
en arboles y campanarios
y caes hoja amarilla, perdida
en  tardes de soles ahuecados
por la distancia a la puerta del sol.
Te evoco, cancionero de mil
notas musicales, sentado en la sombra
del viejo árbol de plaza principal,
rompiendo la memoria transeúnte, distante
de estas manos que te acarician
al declinar la tarde sobre
los cuerpo de luz y espacios
coloreados en sombras.
Mido tu tiempo de calendario
y media noche y quedo a la espera.

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