martes, 30 de noviembre de 2010

ARCILLA Y MOLDE

CON ÉL
Ella, mirando a través de la ventana, sentía como sonaba la música en las calles de la ciudad y todo le parecía estar en calma, pensaba en su esposo, ese hombre que no envejecía y  se  había perdido en el habito de hablar y soñar consigo mismo. Todos los días salia de su casa en silencio y volvía al atardecer,  su rostro no se podía leer,  no contaba nada diferente a la escritura que se pudiera hacer a su rostro adornado con los labios que tanto le gustaban. Después del matrimonio de su ultimo hijo, todos los días hacia lo mismo, siempre al llegar a casa pedía el periódico: hacia el crucigrama, leía el editorial y los  clasificados detenidamente, no quedaba ninguno sin repasar, terminada las labores se acostaba  a las 11 de la noche. Se levantaba temprano, cinco de la mañana, decía que lo hacia acompañado con los recuerdos de su infancia, eran esos gallos los encargados de despertarlos a todos en la casa invitándolos a empezar la jornada. Todo en la casa eran recuerdos, supuestos e imaginarios...
Ella lo amaba irremediablemente pero Él se había perdido en los días, era cotidiano y tan predecible que a pesar de su inmenso amor,  decidió marcharse, se había cansado de permanecer a su lado sin que nada nuevo sucediera cada día.

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