DISIPAR
Estaba cansado de dormir
a las escondidas.
Sucedía todos los lunes
cuando Él llegaba a casa y tenía que irme a otro lugar. La cama ya no me pertenecía. Había
encontrado un espacio donde el vecino, apostador enfermizo donde entendí el
arte de las apuestas. Quería comprar una yegua. Me volví domador de caballos de
carreras. Había aprendido que al caballo se le corrige sin agresión y se lo
dije esa tarde de lluvia a Ella, que llevaba sobre su rostro unos hermosos
labios de color anaranjado, mientras sostenía en mis manos, su casco y el
chaleco de seguridad. Estoy buscando un domador y usted me agrada. Llevaba una
trenza que le colgaba hasta la cintura y yo sin pensarlo, dije, si yo.
Pasaron varios
amaneceres, hubo triunfos y copas, eran las dos unas ganadoras. Yo tenía mi
caballo, era un apostador que ganaba, tenía suficiente dinero. Nos casamos. Éramos
felices, hasta esa tarde en que Ella comenzó el juego de los abrazos en su
cuerpo desnudo sobre nuestra cama con un cuerpo que no era el mío. Entonces
pensé en las tantas veces en que me había cansado de pequeño de jugar a las
escondidas.
Me quede y no volví a
llegar antes de las 6 de la tarde.