lunes, 14 de octubre de 2019

ARCILLA Y MOLDE

DÍA DE TORMENTA
Todos en la casa  habían olvidado su presencia, relegando su existencia a la buhardilla.
Sus años no volvieron a formar parte de las celebraciones familiares, se desvanecieron con el tiempo.
Llovía y era una tarde inundada por el  frió y las nubes que anunciaban tempestad. 
Distraía  su quietud desnudando su mirada a través de la ventana, y sentía como los cuerpos corrían bajo las  sombrillas con su infinidad de colores, mientas el tiempo con su sonido de truenos y relámpagos se acomodaba entre la lluvia y ráfagas de viento que despeinaban todo a su paso humedeciendo su piel.
Sus ojos estaban acostumbrados a vestir un verde claro que conjugaba perfectamente con su piel blanca haciéndolos casi imperceptibles.
Llevaba infinidad de días en su silla de ruedas empapando espacios por el olvido, hasta confundirse con los recuerdos.
Había sentido unos deseos inmensos por cada gota de agua que golpeaba el caminar sobre el asfalto resbalando con cierta calma por los cuerpos que se cubrían de su furia, sintiendo como se adentraba caudalosamente este aguacero en su sexos tibio, arrastrándolo entre los recovecos  de su piel, sin ninguna cautela. 
Entonces abrió la ventana que daba hacia la calle dejando entrar ráfagas de viento, entrelazadas con la lluvia torrencial, entregándose sin ningún pudor a sus duendes e historias que se adueñaban de ese aire caliente y esa tormenta de arena y polvo que abrazaba su cuerpo.
Se dejo llevar, encadenando con  su piel a los relámpagos y truenos que le permitieron hacer con sus miedos y deseos  un túnel  por donde anduvo hasta convertirse en granizo y parte de la tormenta, dejando en la habitación  la desnudez de la silla de ruedas y su cuarto con un fuerte olor a despedida.
De la tormenta de viento de ese mes de octubre solo quedo en la buhardilla una vieja fotografía hilvanada por los recuerdos en un viejo  porta retratos que permanecía cuidadosamente colocado sobre la mesa de color coba, donde todas las noches le llevaban un chocolate caliente vestido con el brillo de unos ojos que nunca zurcieron sus sonrisas con los de la casa, quedando la pupila sin ninguna imagen que  pudiera reconocer, este habitante de la nostalgia, en la antigua foto de la familia,..nadie pudo acordarse de su rostro.

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