domingo, 18 de agosto de 2019

ARCILLA Y MOLDE

EN MI PAÍS
Tomando de la cintura a su joven mujer, la cual acostumbraba recorrer los días de descanso, dijo a la familia con tono conciliador, no es que este cansado, sino que había llegado el tiempo de ser pensionado. Su último día de trabajo seria ese jueves 24.
Había comenzado a tener hijos a los 45 años y el menor  tenía escasamente el tiempo para jugar en soledad, conversándole a las orillas del rió en compañía de sus seis hermanos.
Trabajaba todos los días, hasta esa tarde de abril cuando fue hospitalizado. Invalidez, vejez y muerte y semanas cotizadas decían oficios que empezaron a llegar durante el tiempo en que estaba internado e inconsciente.
La pensión de invalidez fue más miserable que el salario mínimo que devengaba en su trabajo de más de 8 horas. Ahora no podía hacer otros oficios para lograr mantener la familia. Todos los meses recibía un subsidio del gobierno por la prestación de sus servicios en cubierta que le permitía vivir cómodamente a pesar de su sueldo miserable, pero paulatinamente debido a su incapacidad dejaron de hacerlo efectivo.
Y cuando pudo levantarse  continúo trabajando sin subsidio en lo único que sabía hacer.
El día de su defunción, decían los titulares que había muerto el líder de sicarios responsable de la muerte de dirigentes comunales.

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