JAZZ
Se miraron los ojos y tomo
entre sus manos negras el saxo tenor. Él, metido en su piel blanca se quitó la
corbata y el músico leyendo la partitura en sus labios, se unieron humedeciendo la caña de la boquilla del saxo. Soplo
con tal delicadeza que los olores de su conversación se convirtieron en dedos
tejedores entre sus pieles habitantes de la velada. Se sentó y continuó desabotonando el segundo botón de su camisa de
seda blanca, el sudor resbalaba, recorriendo con sus manos la entrepierna, el
pecho, nuca, muñecas y las sienes. El saxofonista acariciaba con sus notas la
desnudez con sus manos que se deslizaban entre los botones que dejan fluir la
nota de jazz que llevaba la huella dactilar de este encuentro entre bambalinas.
La mesa se ocupaba por dos vasos largos que dejaban ver virutas de chocolate,
sal escarchando los bordes, cuando llega Ella, vestida de un hermoso traje
negro adornado de perlas.