No eran inocentes, ni culpables.
A Él lo habían educado en medio de lujos y
placeres. No conocía otro modo de percibir el mundo, ni conocía otra forma de
quitarle el ligero a los amaneceres y embriagarse.
Y Ella, su prometida, solo entendía de la belleza y
sus alhajas y esas frases repletas de dulces y tiempos de serenata.
Él, quería que lo amaran y como en los cuentos que
había leído, tomo la decisión de disfrazarse de mendigo. Fue entonces que en
uno de esos recovecos de la ciudad, se miraron a la boca, en esa esquina del
restaurante… solo que Él, olía a 1 million
(Paco Rabanne) menta y mandarina roja que tanto le gustaba a Ella.
No lo reconoció.
No lo reconoció.
Sin
embargo, sus ojos se abrazaron y empezaron a pasear los barrios y amaneceres
sin prevención alguna en sus caricias. Después de muchos días a la misma hora
se acercó un instante a Ella y le dejó la invitación a su matrimonio que tenia
esos labrados que ella habia elegido para su tarjeta de casamiento. Era el 13
mes de las cometas, el mismo día en que Ella también se casaba.
Llegado
el día. Sus ojos lo vieron y quedo desnuda, cuando entro en su lujoso carro de
boda y su sonrisa adolorida se prendaron a sus ojos que los recogieron en el
corazón.
Ella agradeció al destino porque el novio nunca llego y volvió al restaurante de los encuentros, pero Él, no volvió.
Ella agradeció al destino porque el novio nunca llego y volvió al restaurante de los encuentros, pero Él, no volvió.