LUCIFER EL APOSTADOR
Había apostado que el único
ganador era Él, por eso desafío el destino con el número 13.
Esa tarde había acordado pagar a las 3 y 50 minutos de la tarde, hora en
que iniciaba el espectáculo desatendiendo toda sugerencia de hacerlo
inmediatamente; por una extraña razón o sortilegio de todo apostador, no se permitió
cancelar en el momento en que eligió el número.
-No tenía como reclamar su dinero, era una emboscada. No había perdido, se repetía desesperadamente. Solamente
no estaba cancelado el boleto, y esto
significaba lo mismo se digo a sí mismo aceptando su derrota. Nadie había
apostado a ese número.
Por primer vez había perdido y tanto alboroto, se sabía en el mundo de
las apuestas que esto era lo más normal decían voces a su alrededor.
Si, efectivamente, era lo más normal, menos para Él.
Él no podía perder, había jugado su apuesta con lucifer y esto era algo
que no entendían, era algo más que un número.
-Esto había sido una emboscaba se decía para sí, mirando el numero
ganador, el 13.
-Solo pedí una cerveza y nunca despegue la mirada del reloj se repetía...
Había olvidado que su opositor era satanás. El Diablo, padre de la mentira.
No se dio cuenta que la manecilla
del reloj corría en dirección contraria siempre disminuyendo el tiempo, dándole
paso libre al día.
En medio de su abatimiento surgió una voz silenciosa que le dijo: De ahora
en adelante siempre va a llegar tarde y no podrá volver al juego.
Su desconsuelo fue remplazado por el recuerdo de su figura, y se llenó
de un apetito voraz por su sexo, no cualquiera, sino por el de Ella, una mujer
de pelo castaño oscuro que le vendía dulces en la calle cerca de la oficina de
las apuestas y que le había empezado a olerle a lluvia.
Su cuerpo estaba delineado cuidosamente con el color negro, dejaba al
descubierto sus labios carnosos, y sus ojos de color azul aguamarina, donde se podían
divisar los amaneceres y la delicada maniobra de copulación, que deleitaba su
cuerpo con el de Ella, la vendedora de dulces y su olor a lluvia, con las
sombras de la noche entretejiendo el nuevo día.
Extrañamente el deseo por su cuerpo lo paralizaba cuando quería apostar,
empezaba a olerla en el mismo instante. Entonces cambio el sitio de apuestas,
intento hacerlo por todos los medios existentes sin escaparsele ninguno, pero
no alcanzaba, nunca alcanzaba a pagar la boleta, Ella de alguna manera se
apoderaba con su olor a lluvia de su existencia
o la de los mensajeros, y los detenía en un incontenible orgasmo que solo terminaba cuando se cerraban
las apuestas.