sábado, 3 de agosto de 2019

ARCILLA Y MOLDE

ESE DÍA

Ese día estaba desubicada, acostumbrada al ruido de la guerra, no entendía que había sucedido, todo era absoluto silencio. Tantas discordias, fusiles, bomba, minas antipersonales caminando detrás de cada soldado, de cada niño, de cada amanecer; todo estaba perdido en las voces mudas del país y sus gentes. Recordaba rostros empapados de angustia y soluciones violentas; podía sentir como amaba este campo, el sudor del trabajo y cada esquina de la vereda. Pero no era posible desaparecer esos días adheridos al tiempo ensordecedor lleno hasta vomitar de sueños y esperanzas que hacen del corazón una lágrima muda que deja huellas para el encuentro.
La tranquilidad se había apoderado de mi cuerpo, miraba los espacios en total silencio, el ruido de los pájaros, la briza, todo se movía sin oír su caminar, no entendía lo sucedido, sin embargo estaba reconfortada con ese exceso de ausencia de ruido. Hacía pocos minutos había explotado una bomba, era lo único seguro. Aun sentía adolorido el cuerpo adherido a la piel del llanto de los niños y las madres, fue una hecatombe anunciada; el miércoles habían advertido que teníamos que dejar las parcelas, se las iban a tomar a las buenas o a las malas; el gobierno estaba dando subsidio para desplazados, debíamos dejar el campo e irnos para la ciudad… ¿Pero qué pasa?  ¿Tanto Silencio?
Esa tarde NO  escuche la voz de mi hermano que decía: corre hermana, corre que nos van a matar.

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