ESE DÍA
Ese día estaba desubicada, acostumbrada al ruido de
la guerra, no entendía que había sucedido, todo era absoluto silencio. Tantas
discordias, fusiles, bomba, minas antipersonales caminando detrás de cada
soldado, de cada niño, de cada amanecer; todo estaba perdido en las voces mudas
del país y sus gentes. Recordaba rostros empapados de angustia y soluciones
violentas; podía sentir como amaba este campo, el sudor del trabajo y cada
esquina de la vereda. Pero no era posible desaparecer esos días adheridos al
tiempo ensordecedor lleno hasta vomitar de sueños y esperanzas que hacen del
corazón una lágrima muda que deja huellas para el encuentro.
La tranquilidad se había apoderado de mi cuerpo,
miraba los espacios en total silencio, el ruido de los pájaros, la briza, todo
se movía sin oír su caminar, no entendía lo sucedido, sin embargo estaba
reconfortada con ese exceso de ausencia de ruido. Hacía pocos minutos había
explotado una bomba, era lo único seguro. Aun sentía adolorido el cuerpo
adherido a la piel del llanto de los niños y las madres, fue una hecatombe
anunciada; el miércoles habían advertido que teníamos que dejar las parcelas,
se las iban a tomar a las buenas o a las malas; el gobierno estaba dando
subsidio para desplazados, debíamos dejar el campo e irnos para la ciudad…
¿Pero qué pasa? ¿Tanto Silencio?
Esa tarde NO escuche la voz de mi hermano que
decía: corre hermana, corre que nos van a matar.