Tengo ganas de cerrar los ojos
por una eternidad.
Ahogar estos pensamientos que me
persiguen sin mi permiso
desvistiendo margaritas amarillas.
Dejar la loza sin lavar.
La cama sin tender para sentir tu
mirada seduciendo
mi cansancio con el parpadeo de tus ojos.
El baño sucio inundado con la soledad de mi piel.
La persiana de mi cuarto y la luz apagados.
La ropa en la cuerda que golpea con la cocina.
Tengo miedo de las calles del vecindario.
Si, tengo miedo y pánico escénico del
mundo.
Si, tengo ganas del olvidarme de la existencia.
Del desorden de las calles.
Del desaseo de las escaleras de los apartamentos donde
le sobrevivo a su repentina despedida.
Del mugre del jardín de rosas y girasoles.
Del grito de la ciudad y el ruido de los carros.
De los amaneceres y las voces que saludan.
Del vecino que pasa de prisa para cualquier
lugar de la ciudad
y del canto de los pájaros.
Tengo ganas de dejar de existir
en medio de lágrimas, cantos y protagonizar silencios
y olvidos.
Tengo ganas de colgar la ropa en ganchos.
De dejar de existir.
Vestirme de tristeza y desvestir las alegrías.
Apagar la luz de la habitación y prender las luces del comedor.
Mo quiero más visitas.
Más llamadas.
No quiero saludar con mis manos.
Más abrazos y miradas vestidas de negro.
Si, quiero dejar de hace lo que siempre hago y recolectar
palabras y frases para colgar a la entrada de la puerta.
Si tengo ganas
de perder jugando a las cartas
y de ganar jugando al amor entre relámpagos y lluvias de junio.
Tengo infinidad de ganas de olvidarme de tus ausencias,
y de ese día cuando sin mi permiso te raptaron,
dicen los que saben para la morada donde viven las deidades
en las que no creías, y habitan también
la luna, el sol y las estrellas.
Miro a través de la ventana
y siento la imparable necesidad de
gritar
al viento y sus mensajeros para
que te digan
donde te encuentres que te amo entre tristezas y alegrías.
Tengo ganas de cerrar los ojos
y encontrarte donde vuelan los pájaros
y soplan los vientos y habitar
para siempre
en nuestros cuerpos desnudos.