miércoles, 29 de julio de 2009

ARCILLA Y MOLDE



LA MISMA
Ella, dibujaba en su rostro la historia de nuestra vida, sueños refundidos y oasis de aquellas pasiones que se añejaron como el buen vino. Hoy la traigo hilvanada con el tiempo y puedo decir que no había solamente: amaneceres y atardeceres, tristezas y alegrías; había todo un camino con estaciones, hoteles, casas, árboles y sueños regados en el tiempo vivido. Había hijos.
Así era Ella. Solamente podía reconocerla en su piel cómplice, era misteriosa llena de espacios y suma de momentos. Nuestros cuerpos tejían mágico pliegues que comenzaban desde el mismo instante en que nuestros cuerpos a la sombra de la desnudez de la noche copulaban con nuestras pasiones. Así la recuerdo. Madre.
 Él me culpo, me hizo responsable de haberme detenido, permitiendo encuentros donde las semilla no germina para siempre,  así lo dijo en las cantinas, así no me amaba.
Ese día, cuando me  encontró en nuestra casa meses  después de esa semana de vacaciones, no puedo reconocerme y se marchó. Vociferaba enfurecido que yo no era la misma, no era el mismo rostro, mi cara no le pertenecía, era hermosa, era en verdad lindísima... Pero era otra. Yo había desaparecido  completamente, la mueca de dolor del primer hijo, y su sonrisa acunando.
Era una mujer hermosa y sin vientre, extraña a la cotidianidad de su hogar.
Sin vientre no era posible continuar.

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