LA MISMA
Ella, dibujaba en su rostro la
historia de nuestra vida, sueños refundidos y oasis de aquellas pasiones que se
añejaron como el buen vino. Hoy la traigo hilvanada con el tiempo y puedo decir
que no había solamente: amaneceres y atardeceres, tristezas y alegrías; había
todo un camino con estaciones, hoteles, casas, árboles y sueños regados en el
tiempo vivido. Había hijos.
Así era Ella. Solamente podía reconocerla
en su piel cómplice, era misteriosa llena de espacios y suma de momentos. Nuestros
cuerpos tejían mágico pliegues que comenzaban desde el mismo instante en que
nuestros cuerpos a la sombra de la desnudez de la noche copulaban con nuestras
pasiones. Así la recuerdo. Madre.
Él me culpo, me hizo responsable de haberme detenido,
permitiendo encuentros donde las semilla no germina para siempre, así lo dijo en las cantinas, así no me amaba.
Ese día, cuando me encontró en nuestra casa meses después de esa semana de vacaciones, no puedo
reconocerme y se marchó. Vociferaba enfurecido que yo no era la misma, no era
el mismo rostro, mi cara no le pertenecía, era hermosa, era en verdad lindísima...
Pero era otra. Yo había desaparecido completamente,
la mueca de dolor del primer hijo, y su sonrisa acunando.
Era una mujer hermosa y sin
vientre, extraña a la cotidianidad de su hogar.
Sin vientre no era posible
continuar.