El periódico de la noche
anunciaba que era un día lunes del mes de mayo.
Nadie sabía quién era
decían las voces.
Dicen que lo hallaron en las cantinas y las calles.
Dicen que Ella acostumbraba caminar durante las noches sin
estrellas.
Dicen que a esos niños y niñas eran el trabajo urgente y
silencioso.
Dicen que los hombres y mujeres los abandonaron por
viejos.
Dicen que eran homosexuales y que todo estaba planeado.
Y aclaran las voces enmudecidas por el hastío.
Que era un ser humano de tienda,
un hombre alfarero,
una mujer de todos los colores pariendo entre sabanas
ajenas,
una niña y niño
trabajando en medio de la gente.
Un olvidado que creció volviéndose joven de arete y
miedos en el alma,
una muestra de asfixia y cansancio en calles urbanas
y un pasajero de
sus calles rurales.
Y por casualidad
Se miraron los unos con los otros y reconocieron
en su casa, su hogar, su cuerpo un lugar sin límites
en medio de la tierra y el barro que se unta de miseria.
Igual que aquellos del periódico
no les queda en el bolsillo sino el cansancio de la
tierra trabajada,
la búsqueda de trabajo y las monedas del salario que no
rinde cuentas a la canasta tejida de manos de familia y
habitaciones.
Dicen
Había epidemia en el barrio donde vivía,
las escuelas, los centros de salud, los medicamentos,
la comida, todo
había entrado en coma.
Las estadísticas señalaban un casino de apuestas
donde sin razón alguna no se trabajaba con el justo
salario,
donde una queja se olvidaba en un buzón,
donde las necesidades eran palabras de desahucio.
Donde olvidando el lápiz y el papel se aprende
a morir en la ignorancia.
Era necesario olvidar las panzas llenas de hambre y
llanto,
Era necesario olvidar los tejidos inundados de goteras
y las mesas repletas de ausencia de comida.
Indispensable era dejar
de lado la escuela y al profesor.
Nadie cruzaba la calle, había un miedo de propaganda
que huele a subversión.
No había hombres eran mendigos.